Mucha gente es seguidora de doctrinas que, en cierta medida, beben de conspiraciones. El truco para que esas teorías fructifiquen es que parten de supuestos parcialmente ciertos para luego, de forma velada, transforman esa verdad en lo que le interesa. Consiguiendo implantar en la sociedad una idea falsa con apariencia de veracidad. Así es como se introdujo en nuestra sociedad la famosa doctrina del shock, de la periodista Naomi Klein.
Según esa doctrina, frutos de concienzudos experimentos de la CIA, dice que una forma de manipulación de los Estados es a través del miedo. Evidentemente, y al al "color" de la periodista, se ve que solo manipulan cierto tipo de gobiernos, es decir, que solo los gobiernos de derechas son los que manipulan insuflando el miedo al desastre que puede provocar las políticas de izquierda.
La verdad es que el miedo es un mecanismo de defensa muy válido. Gracias al miedo la gente se vuelve prudente, sensata, evita ciertos riesgos porque un "golpe de mala suerte" o traspiés puede ser fatal. El problema, como siempre, está en los extremos pues un exceso de miedo nos paraliza exageradamente y no nos dejará actuar con libertad ni experimentar experiencias muy enriquecedoras.
El mensaje que transmite esa teoría no es, del todo, malo. Hay que arriesgarse en la vida. Andar por lugares inexplorados e, incluso, por lugares donde otros han fracasado. De hecho, de vez en cuando hay que fracasar. Quitarse los miedos de encima y actuar. Eso que es bueno, que forma parte de la experiencia de vivir, que nos hace estar vivos, hay que hacerlo con una sola idea en mente: ¿qué pasa si fallamos?¿cuánto estamos dispuestos a perder?
Mi consejo es que usemos nuestro criterio como regla. Es bueno correr algún riesgo siempre que seamos conscientes qué podemos perder si ocurre el peor escenario posible y aprendamos de nuestros errores y fracasos. Como todo en la vida el punto de equilibrio es lo más sabio. Corramos riesgos pero no despreciemos el valor del miedo. Seamos audaces pero no imprudentes. Sacúdete el miedo pero aprende a valorar tu instinto. En una sola palabra: ¡Vive!